Hace tiempo Jesús Mosterín, excelente persona y excelente filósofo hizo un reportaje llamado el demonio de la carne. Defensor del mundo animal, y desde la racionalidad, participó durante su vida, desgraciadamente finalizada a una edad todavía joven, en actividades y realizaciones de gran envergadura como el Proyecto Gran Simio. Es conocida su posición en contra de las corridas de toros y en general del maltrato animal, incluyendo la ganadería intensiva y las prácticas crueles e inaceptables de pesca. Y fue pionero en anticipar la obtención de carne a partir de cultivos.

En una entrevista en el año 2008 en el País, entre otras cosas, todas interesantes, decía “Lo primero es reconocer que los humanes formamos parte del reino animal y no ser separatistas del reino de los animales. Lo segundo es declarar la paz con la naturaleza y con los animales. Lo tercero es conocerlos mejor. Lo cuarto es gozarlos y amarlos”. Y también, “El problema moral más inmediato son las deplorables condiciones en que viven gallinas, cerdos y otros animales en cierto tipo de ganadería intensiva. Los animales allí están en campos de concentración y su vida es un infierno. Es urgente acabar con ello”. También Jordi Évole realizó un programa mostrando las terribles imágenes de una granja de cerdos con los animales ulcerados, con malformaciones y una vida estremecedora.

Hace tiempo que diversos organismos internacionales recomiendan no eliminar, pero sí reducir el consumo de carne. Esto vale para las sociedades privilegiadas como la nuestra, porque hay tantísimas en el mundo que ni la prueban, y morirían por asegurar un plato de arroz cada día.

Y no se trata solo del bienestar animal, también del bienestar del planeta, como han manifestado esos organismos. Hay maneras de evitar el problema, y desde luego se tiene que eliminar la ganadería intensiva. Hay muchos intereses, por supuesto, como en todo. Pero también hay codicia y falta de iniciativa para optar por otras alternativas que no resulten dañinas.

Y a cuento de todo ello va un ministro que aboga por esa reducción de ingesta, no ha hablado de eliminación, y se le tiran encima sus propios compañeros de gobierno y hasta el presidente. Muy bien señor Sánchez, cómase su chuletón, que según usted es imbatible. Pero piense en cuantos no se lo pueden permitir y vea imágenes del sufrimiento de esos animales mientras “viven”, es un decir, cuando los transportan, otro infierno, y cuando mueren. Y que le aproveche su chuletón.

Se reproduce aquí, con permiso del diario, el artículo que el pasado 8 de julio, publicó en el Periódico Pau Arenós, periodista, escritor, gastrónomo con múltiples premios y reconocimientos en su haber. Muchas gracias, moltes gràcies, Pau.

Pau Arenós. Coordinador de canal Cata Mayor. El Periódico 8 julio 2021

Más que un chuletón, un capón para Pedro Sánchez.

El ministro Garzón no ha hecho otra cosa que repetir lo que la ciencia dice: una vaca es una fábrica de metano con patas y para conseguir una chuleta hay que gastar 15.000 litros de agua.

Pedro Sánchez tiene razón: el chuletón, poco hecho. Alberto Garzón tiene razón, y rima: mejor comer poco chuletón.

La respuesta de Sánchez, en cuanto que sale en defensa del ministro Luis Planas y la ganadería extensiva (Garzón se refiere a «macrogranjas»), es irresponsable e hipócrita, lejos de esa sostenibilidad a la que se ha comprometido su Gobierno, insostenible desde el punto de vista de la salud del planeta y de la de los ciudadanos.

Garzón no ha hecho otra cosa más que repetir lo que ciencia dice: una vaca es una fábrica de metano con patas y para conseguir una chuleta hay que gastar 15.000 litros de agua; para una manzana, solo 60. Los números están ahí para el análisis serio y tranquilo, sin la pasión sanguínea de la carne roja.

Planas es ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación. Vaya, Agricultura, qué olvidadizo. La coliflor no tiene glamur, las acelgas no tienen prestigio. La reivindicación chuletera, o chuleta, de Sánchez suena a desafío de reservado, brandy, puros y corbata desahogada.

Yo como chuleta, y cocino chuleta (la carne, siempre atemperada; si no hay parrilla, una sartén muy caliente con un poco de grasa de la pieza), aunque –este el consejo menos dañino– hay que hacerlo de una forma excepcional y con bestias procedentes de fincas con animales bien cuidados, con espacio para moverse, alimentados de una manera respetuosa con el medio ambiente.

Se tiran pedos y eructan, sí, pero es la consecuencia de bombardear desde varios estómagos. Las vacas son inocentes: somos nosotros los que las politizamos, y explotamos.