
Estoy volviendo a leer Le Petit Prince de Antoine de Saint-Exupéry después de muchos años. En el primer relato, el narrador cuenta que quería ser dibujante, pero fue la crítica de los mayores que recibió ante sus primeros dibujos lo que le hizo abandonar esa idea.
Le aconsejaban que se orientara hacia otras materias más serias, geografía, matemáticas, historia, gramática y así fue como dejó de lado el dibujo. Se hizo piloto. Y cosas de la vida, o no, esa profesión le hizo perderla en un accidente de aviación.
Seguramente, al hilo de lo que va expresando en Le Petit Prince, no hay que hacer demasiado caso a los mayores. Todo porque al dibujar una boa que se había comido un elefante y enseñárselo a esos mayores dijeron que era un sombrero. Y cuando les explicó lo que era realmente, llegaron esos sabios consejos. No dibujes, dedícate a cosas más serias.
En 1943 Saint-Exupéry (1900-1944) se había incorporado a las fuerzas francesas en África del Norte, llevando a cabo misiones desde Cerdeña y Córcega. El 31 de julio de 1944, a las 8:45 horas despegó de una base aérea en Córcega a bordo de un aparato Lightning P-38, con una autonomía de vuelo de 6 horas.
Eran las 13:00 horas cuando el comandante de la escuadra ante la falta de rastro del vuelo advirtió a los radares. A las 14:30, se dio por desaparecido, lo más seguro en el Mediterráneo.
Se dice que la desnudez retórica y rigurosa abunda en la escritura de Saint-Exupéry, lo que le da una singularidad al relato y aporta lirismo. Concibe la vida como aventura y se adentra en la búsqueda de lo absoluto. Reconocidos autores manifiestan que siempre mostró que el hombre, el ser humano, es esencialmente lo que hace.