Cinco años después de aquel espantoso incendio, hoy Notre Dame a París ha reabierto sus puertas tras ser restaurada. Un gran acontecimiento que ha reunido a mandatarios de todo el mundo. Lo que me pregunto es el interés real de esos personajes para estar allí. A la mayoría les habrá parecido un tostón escuchar los diferentes discursos, los conciertos, músicos y coros y todos los desfiles.
Estaba Trump, qué seguramente estaría pensando cuando coño acabará esto, Zelenski que quiere y necesita visibilidad en todo el mundo y otros muchos de los que ignoro su cargo y procedencia.

Y estaban los auténticos protagonistas, los bomberos que intentaron por todos los medios remediar aquella situación que, seguramente, hubiera sido todavía más terrible sin su trabajo. No era un incendio como a los que estaban acostumbrados, y a los que se dedican a salvar, vidas, en primer lugar. En este caso, se unía el deseo de salvar algo que significaba mucho más para ellos, fueran o no creyentes, una representación mundial de belleza en su ciudad. Y estaban ese gran número de profesionales que a lo largo de cinco años han puesto su empeño en recuperar, además de la espléndida arquitectura y las imágenes, los rosetones y tantos otros elementos que han hecho de ese espacio lugar de encuentro y admiración.
Y quiero reparar en la esencia y en la presencia del arte. Esos dos músicos, tocando el violín y el contrabajo, con los ojos cerrados en una especie de éxtasis, que viene a ser un orgasmo cultural, pero orgasmo al fin y al cabo que provoca un placer físico total.
Y el arte es vida y si todos esos mandatarios que han acudido a la reapetura de Notre Dame pensaran por un momento en la importancia de la vida, de la belleza que proporciona el arte, de los sentimientos que se desbordan ante su contemplación en cualquiera de sus formas, literatura, música, pintura, arquitectura, naturaleza, que es el arte más primitivo. Si fuera así, quizá serían capaces de apostar por la armonía, la paz, el entendimiento, la generosidad lejos del fanatismo y de la ambición exacerbada de poder y dominio.

El coro de chicos y chicas jóvenes inmersos en sus partituras lanzando al viento sus voces juveniles. Todo eso es lo que más me ha impresionado y conmovido, en lugar de los discursos, del presidente, de los obispos, del papa. Esos discursos son preparados por sus asesores, dicen cosas interesantes pero vacías de sentimiento que se dicen con convicción, como una lección aprendida para un examen.
París, París, bien vale una misa, se atribuye a Enrique IV (1553-1610) al adherirse al catolicismo para acceder al trono de Francia. Yo me quedo con Siempre nos quedará París que en la película Casablanca Rick (Humphrey Bogart) le dice a Ilsa (Ingrid Bergman) en recuerdo de su amor en aquella ciudad y al que tienen que renunciar.
Que siempre nos quede París, como esperanza, aunque sea utópica.