He escrito hace poco sobre la felicidad, que tendría que ser un derecho universal pero como dije, es algo muy personal y son muy diferentes las maneras de percibirla y vivirla.  Pero quiero sacar a la luz lo que no me hace feliz, lo que me amarga y, a muchas más personas.

Y es lo que sucede en el mundo. Tenemos presente por su inmediatez las barbaries en Ucrania, Gaza, Palestina con más de 40.000 muertes además de los que previamente causó Hamás y que dio lugar a la actual situación. Pero, cuántas guerras más hay en Sudán, en Somalia, en Burkina Faso y así hasta más o menos 50 en todo el mundo. Qué es esta locura, a dónde conduce, quien se cree con derecho a decidir sobre guerra, paz, vida, muerte. Y pienso tanto en los que atacan como en los que se defienden, en la aniquilación y la destrucción de los “enemigos”, tanto de una parte como de otra.

Estamos en un mundo en que los intereses económicos, geoestratégicos priman sobre cualquier otra consideración, y a ello se añade el ansia de poder, de dominio, una corrupción apabullante, para enriquecimiento personal, y rodearse de allegados y personas afines que garanticen la consolidación de los que mandan. Y mientras, en tantos lugares desnutrición, hambre, violación de niños y adultos que lleva a la desesperación y a la muerte.

Y los países “civilizados” piden que cesen las hostilidades, pero hacen falta medidas contundentes que no llevarán a cabo porque toca a la sacrosanta economía, los convenios de pesca, agricultura, armamento, intercambio de tantos materiales y otros intereses. Y quienes realmente no podemos hacer nada, aparte de manifestaciones o ayudas ONG,s nos sentimos culpables cada vez que tiramos un plátano que ha madurado demasiado, pan que se ha quedado duro, los extremos verdes de las lechugas.

Y hay que pensar en tantos que se dejan la vida en el mar engañados por gente sin escrúpulos que cobran a quienes se embarcan en su afán de hacer realidad ilusiones que nunca se cumplirán.  Gobiernos que permiten que sus ciudadanos carezcan de todo y a quienes la vida que no sea la propia y de los suyos no les importa absolutamente nada, es igual que sean de izquierdas o de derechas. La maldad, el fanatismo, el egoísmo, el engaño no entiende de moderación ni de derechos ajenos. También provoca repugnancia el maltrato a las mujeres, el asesinato, la violación. Sigue imperando un sentimiento de posesión por parte del hombre desde hace muchísimos años. Ni piensan que la esposa, la novia, la hija, la hermana, no les pertenece y como persona tiene el mismo derecho a decidir sobre su vida que cualquier hombre. Pero ese hombre, sea o no el marido, convierte a la mujer en un ser permanentemente atemorizado, sin autoestima ni capacidad de reacción.


Posiblemente esté proyectando su frustración por situaciones a las que no es capaz de enfrentarse ni resolver y lo paga con quien menos culpa tiene. Pero la sensación de dominio se impone a cualquier reflexión sobre el daño que hace. No se le ocurre imaginar lo diferente que sería la vida de ambos y de sus hijos y lo que podrían disfrutar con un trato de amor, de ayuda mutua, con las discusiones que siempre las hay, pero dentro de lo que es la normalidad en una pareja que libremente ha unido sus vidas.


Y también repugna el maltrato a los animales. Nadie tiene la obligación de que les gusten, pero sí de no hacerles daño. Los que tenemos y amamos a los animales sabemos de lo que hablamos. El cariño y la compañía que aportan. Que es lo mismo que ellos necesitan. Piden muy poco y a cambio dan mucho. Esa compañía es un estímulo para muchas personas que se sienten solas y constituye una terapia muy efectiva en diferentes afectaciones. Pero por encima de todo son seres vivos con capacidad de amar y de sufrir.